Recientemente en Velvet School hemos realizado un intenso curso sobre oratoria. Le hemos pedido a Susana Santolaria de Castro, profesora del curso, que nos explique en este artículo cómo desarrollar la oratoria mejora la destreza docente.
A veces parece que conocemos todo en nuestro campo laboral, pero lejos de esa utopía sabemos que aún podemos mejorar en lo que dominamos y desarrollar y hacer más sólido nuestro conocimiento en aquello que desconocemos o que conocemos superficialmente.
Este año, además de continuar con los talleres sobre la motivación, omnipresente en nuestra formación y todo lo que esta palabra conlleva, hemos decidido adentrarnos en el mundo de la oratoria como arma para mejorar esta destreza en nuestros docentes.
En este caso hemos pedido ayuda a Susana Santolaria de Castro, profesional del sector, y con ella hemos realizado 8 horas de intenso ‘training’.
Os dejo con un artículo que Susana comparte sobre la importancia de la oratoria.
La oratoria es tan antigua como la civilización y está estrechamente ligada a todos los aspectos de la vida profesional, sea cual sea el oficio que se desempeñe, y aún más, cuando se trata de personas que ejercen la enseñanza. Puesto que la palabra es el vehículo que utilizamos para transmitir el pensamiento, conocer las infinitas formas de expresarlo y de conducirlo hasta que llegue a nuestros interlocutores se convierte en un arte, un arte que se puede aprender.
Empecemos por el principio: el contenido. Lo que decimos es la base del éxito de una buena comunicación. Hay que crear discursos atractivos, porque vivimos saturados de información. Al pensar en la materia que vamos a enseñar, conviene idear un modo de hacerla atractiva, es preciso echar mano de la creatividad, aventurarse, innovar. Para ello, lo mejor es poner el foco en el auditorio al que va dirigida la clase. A cada perfil le conviene una manera, un estilo, unas estrategias de convicción, una invitación a escuchar.
Pero no se puede dejar todo el trabajo a las palabras, ellas por sí solas no penetran en el oído, ni en el pensamiento, ni mucho menos en el alma de quien escucha; necesitan ser expresadas con pericia.
Si hay algo que puede hacer brillar con fuerza el contenido, se trata de la voz. Afinar el timbre, la entonación, la proyección de la voz, ayuda enormemente a que las palabras resulten más o menos interesantes. Una buena práctica para trabajar este aspecto es la lectura en alta voz, interpretando lo que se lee.
Sobre el ritmo, conviene advertir que la persona que emite una información procesa más rápido que la que escucha, por lo que hay que ajustar el ritmo del docente al ritmo del más lento de sus oyentes.
No se trata de velocidad, es decir, de ir más o menos rápido, o más o menos lento, eso depende del carácter de cada persona, sino de ser dinámicos, de hablar sin aburrir, sin invadir, sin imponer. Se trata de seducir; sin perder de vista la deontología docente, por supuesto.
Hay un elemento poco conocido en profundidad: la comunicación no verbal. Los gestos, el movimiento del cuerpo en el espacio, nacen en el pensamiento, de modo que esto no es algo que se pueda trabajar de forma externa o superficial, si queremos que la comunicación no verbal sea nuestra aliada. El auditorio rechaza lo falso, pierde la atención inmediatamente, desconecta; le gusta el discurso verdadero, el que le habla a él. Y como el cuerpo obedece fielmente a nuestras intenciones más profundas, es mejor asegurarse de que estas estén en sintonía con lo que realmente queremos comunicar. Por ello, trabajar la actitud es importante.
Y, por último, es extendido el concepto de que poseer habilidades de oratoria implica el dominio del habla; menos popular es el hecho de que hablar bien implica también escuchar bien, porque la comunicación es siempre de ida y vuelta.
De modo que, debemos escuchar mientras hablamos, de manera que seamos capaces de acomodar nuestro discurso, de improvisar, de cambiar de registro, de tono, de encontrar las palabras precisas para que la intercomunicación fluya en armonía. Es importante afinar el oído, la vista, observar al oyente para percibir las reacciones de las personas a las que nos dirigimos.
Comunicar es pues, como hemos visto, un trabajo de equipo que pone a prueba todos nuestros sentidos.
Susana Santolaria de Castro