Por Daniel, profesor en Velvet School Bilbao
Una de nuestras grandes preocupaciones que a veces nos quita el sueño, podemos empezar a hablar sobre ello y no acabar nunca. Nos podríamos quejar de que nuestros alumnos demuestran poca motivación y eso puede deberse a que no somos capaces a veces de conectar con ellos.
Quien mejor para explicarlo que uno de nuestros profesores, Daniel.
Uno de los grandes interrogantes del profesorado actual es el de cómo motivar al alumnado. Especialmente en determinadas edades, cabe la posibilidad de que el profesor se encuentre con ciertas características que dificultan el correcto desarrollo del aprendizaje y la falta de motivación -la consideración de la formación como un imperativo- es uno de los más destacables.
¿Qué hacer con el alumno que suspira de aburrimiento al fondo del aula? Hay tres elementos que, en mi experiencia, pueden ayudar a despertar compromiso, trabajo y capacidad de generar un ambiente en el que el alumno se sienta “como en casa”. Llevado a efecto práctico, la pregunta que se plantea el docente bien puede ser la siguiente:
¿Por qué bosteza Alberto?
Como profesor, ¡puedo solucionar dos de las tres! Hay tres elementos que he descubierto inspiran a los alumnos:
Sabiendo que a Alberto le gusta hacer surf, puedo escribir en la pizarra la siguiente oración de relativo: “Alberto es una persona que no roba bancos porque no podrá surfear si le pillan”.
El buen rollo en la oración es claro, Alberto despierta al ver su nombre en la pizarra y ve que todos sus amigos están disfrutando de la broma. De la misma, se interesa por lo que sucede y, sin apenas darse cuenta, empieza a producir oraciones similares. Se ha sentido interpelado, no es un número en una lista, no siente que su tiempo en Velvet es un calentamiento de la silla. ¡ÉL ESTÁ en la clase!
Alberto puede no ser un gran escritor. No obstante, jamás falla a la entrega de una redacción porque sabe que me la entrega a mi. ¡Se puede lograr! Conseguí que Alberto abriera los ojos de par en par cuando le enseñé cómo corrijo las redacciones que me entrega.
La dedicación, las correcciones personalizadas y adaptadas a su contexto, los códigos de color que le informan al momento de lo que puede mejorar y lo que ha trabajado bien, etc.
La clave es demostrar a Alberto que me tomo en serio lo que trabaja y que trabajo tanto como él. Jamás le daré una corrección superflua y, con el tiempo, él no me dará una redacción de la que no se sienta orgulloso.
Las clases son de asistencia obligatoria. Sí, pero yo puedo hacer que eso no sea un equivalente a una cadena perpetua. Dentro del marco de trabajo constante, puedo introducir humor, bromas, pequeños gestos que mantengan el interés de Alberto.
Lograr que Alberto salga del aula con una sonrisa y con la sensación de haber disfrutado de mi compañía y de la de sus compañeros es vital. Si se ha reído en clase, si ha disfrutado de su presencia en el aula, estará más dispuesto a volver. Puedo lograr que se sienta cómodo haciendo una broma sobre mi y que compruebe que todos disfrutamos del momento.
Él está en clase y ¡YO TAMBIÉN! Mi mayor esfuerzo estriba en hacer ver a todos mis alumnos que soy una autoridad accesible: respeta las normas del juego y podremos disfrutar de una sana dosis de humor que te ayude a querer volver.
Como os contaba antes, es posible motivar a Alberto y lo bonito de esta profesión es que Alberto puede llamarse Juan, Irati, Román, etc. Cada uno de ellos tiene un código a descubrir, una combinación que, una vez descubierta e introducida en la relación con el aula, hace que disfrute, trabaje y, lo más importante, DISFRUTE DEL TRABAJO QUE REALIZA.
Muchas gracias Daniel, acabaría tu articulo con algo de MAGIA de Christopher Emdin